Mientras tomo nota del detalle histórico-artístico, se me acerca don Julio Fernández, hombre ilustrado, archivero amateur y polemista dueño de una facundia impresionante:
-Así que ustedes se lo toman por segoviano, ¿verdad? Pues no. Nació aquí, donde usted lo ve, en esta Atienza que fue superior en curas y en haciendas a Sigüenza. Y si no se lo cree, hurgue en los archivos. Superó los doce mil habitantes, y envidia nos habían por los alrededores. Por Segovia también.
Tan apodícticas aseveraciones me llevan a hojear, de regreso a Madrid, las “Memorias de Juan Bravo”, escritas por mi dilecto amigo de Navares de Ayuso, Tomás Calleja Guijarro, a las que califica el maestro de historiadores don Manuel Ballesteros Gaibrois como “obra admirable por el arte del autor en la reconstrucción del dramatismo del mundo castellano”.
En el capítulo I de esas “Memorias” efectivamente Juan Bravo confiesa: “Si el mero hecho de haber visto la luz en un lugar determinado da la razón de ser, o sirve para fijar la naturaleza de una persona, yo no soy segoviano porque no nací en Segovia. Pero sí soy segoviano porque disfruto con la simpatía, honradez y hospitalidad de sus nobles gentes desde hace muchos años y porque éstas me han honrado considerándome uno de los suyos y depositando en mi toda su seguridad”.
Casi eterno es el dicho: “Más que de donde nace, uno es de donde pace”. Y con esta consideración me quedo. Pero es que, además, ¡son de carácter y temperamento tan semejantes los segovianos y los alcarreños! ¿Y el pueblo de Caballar no tiene nada que ver con la caballada famosa de Atienza? ¿Y sus colinas calcáreas? ¿Y…?
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