- La vida, esa vida que va pasando y en la que todo fine…
…le hacía decir Baltasar Porcel al Patrón Roig Bolei de ‘La Joven Apolonia’. La vida le ha pasado. La vida, el cáncer, ‘una cabronada que te fulmina todos los esquemas’.
Ha sido el escritor balear más internacional. A mediados los 50, empezó como colaborador de Diario de Mallorca y de Papeles de Son Armadans, con Camilo J. Cela, que también era Socio de Honor de la ABPET. Director de Destino, final década 70. Columnista de La Vanguardia. Reportero en África y en Oriente. Escribió teatro, cuentos, novelas, artículos de prensa, entrevistas y libros de viaje. Se instaló en Barcelona. Pero… -Ningún critico o ensayista –ha escrito Joan Pla- entenderá a Porcel si antes no entiende lo que significó la gente y el paisaje de su pueblo natal y de su adolescencia rural y marinera entre pinos y acantilados, barcas al remo e islotes mágicos, formidables. Muy mallorquín. Un mallorquín es una isla dentro de la Isla. Nunca se desprendió de su dicción gutural, acusado acento pagés, porque no quiso. Su pueblo es un micromundo numénico y lírico, vital. Tierra y mar, mar y tierra dos concepto que en Andraitx se superponen y se complementan; se identifican.
La Isla, su Isla, por dentro:
-Por los viejos y estrechos caminos interiores, los que discurren entre desiertas rastrojeras. Los que bordean los insólitos y gigantescos túmulos.
Gigantescos túmulos, los talaiots, torres y poblados de un mundo aislado, elemental; testigos del pasado; eternos en la penumbra entre el almendral y los lentiscos; en sus piedras, roídas, pero no abatidas por los siglos.
-Solo quedan en su hermetismo las piedras.
La piedra era la fuerza de las gentes primevas. Las piedras grandes con que hacían y cubrían sus casas; y las piedras, guijarros de playa, que los honderos lanzaban para ahuyentar a sus enemigos, conquistadores, piratas, especuladores… Siempre enemigos de fuera, venidos a caballo de las olas lejanas.
Y la Isla, su Isla, por la costa, toda, toda, Mediterráneo:
-Las costas del mar del clasicismo”.
Porcel participó en la creación del ‘Institut d’Estudis Mediterranis’. El mar, su mar, le abría anchos y largos caminos en lontananza. El Mediterráneo será el escenario, prácticamente único, de todas sus historias y vivencias.
-El Mediterráneo constituye la mayor concentración de arte del mundo, monumentos que ennoblecen sus variados y luminosos paisajes, a la par que alberga unas espléndidas playas, con sugerentes complejos hoteleros, inmersas en una atmósfera reconfortante, dorada.”
-La mar muerta, irisada de rojos centelleantes bajo el sol del atardecer. -La Isla, bajo el ancho sol del estío, parece incendiada de luz.
Su pueblo mira a poniente. Qué buena atalaya cuando el tramonta Sa Dragonera, vistiendo púrpuras de lujo:
-Puestas de sol lentas, que te dejan triste.
-Sus obras –ha dicho Janer Manila- eran un contínuo viaje: Viatge Literari a Mallorca; Arran de Mar (1); Viatge a les Balears menors; Camins i ombres (2). Guía ‘Mallorca’, Totes les Balears; Viajes Expectantes; De Marrakech a Pekín. Els Argonautes. Les Primaveres i els Tardors (3). Mediterráneo, tumultos del oleaje. Crònica d’Atablades Navigacions (4)…
Firmó sendos artículos en los tomos ‘Baleares, el Mediterráneo en unas Islas’ (1.988) y ‘Cien Años de Turismo en Baleares’ (2.006), de la Colección FEPET, publicados por la Asociación Balear.
Escribió la mayor parte de sus libros en lengua vernácula, pero no le hacia dengues a la lengua de España, en la que se desenvolvía con plena soltura.
El Turismo, aquel turismo primerizo, lo vió Porcel con un viso de nostalgia: -Lo viví y ví de joven aquí, en Sant Telm y en Andraitx, en los años cincuenta. En Palma consideraban el beneficio económico en cada pedazo de terreno de la isla que se vendía, en cada hotel que se edificaba en una playa, en cada casa adquirida por un extranjero. La ciudad de la gente que se daba pisto era como un gran mercado, pero en los pueblos, que era donde se hacia de verdad la transacción, cuando alguien se desprendía así de una propiedad no tardaba en sentir como una falta de ubicación (…) sucedía que, con la venta, también había mercadeado con su muerte.
Pero no le negó al Turismo las puertas de la esperanza: -Confiemos en que el turismo siga siendo un acicate para propiciar la paz, conservar la libertad, popularizar el arte y poner en valor lo auténtico, lo rústico, lo pequeño.
Bastante gourmet, con un punto… y seguido de gourmand…, como buen mallorquín. De su Prólogo al capítulo balear de ‘La Cocina Española’, de Cándido, entresacamos unas líneas:
-La comida (en verano) debe tener cuerpo porque el sol derrite las carnes, y debe entrar con suavidad porque en verano el apetito gandulea.
En Mallorca los arroces son muy bien tratados. La paella, florida como un bodegón de primavera; el ‘arròs brut’ o arroz con frutos de campo y granja; y el ‘arròs marinera’, su hermano, con frutos de mar, que tiene, como base, un caldo de ‘peix roquer’: -Un arroz con ‘peix roquer’ o pescado de roca debe ser el primer plato del mediodía (…) El pez de roca es fino y de mucho matiz en sus carnes. Es el serrano, la doncella, la vaca, el tordo… Come variado y se mueve poco, ese bicho, entre la piedra del litoral. Proporciona un caldo ingrávido con solo un hervor (…) Se deshace en el paladar, el pescado y no satura la barriga porque se come espaciado con el enredo de quitarle las espinas. Después, el plato de arroz, clarito, con el caldo del pescado. Si dentro se ha metido una cangreja real y uno puede pellizcar fibras de su meollo, mejor que mejor.
-Un buen final, seco y de envergadura, es la langosta a la brasa. El fuego le da vida y hay que procurar que asome, cada dos mordiscos, una punzadita de sal. No soy demasiado partidario de las salsas pegajosas en el crustáceo: empalagan.
Esto no lo puede escribir más que quien ha comido ese ‘peix roquer’ y ese arroz marinera, en una barca pescadora, con olor a brea y a algas; y con la parca conversa de los hombres de mar…
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