martes, 29 de diciembre de 2009

ODA A LA ENCINA LA TERRONA



La mañana era fría. Guedejas casi transparentes de neblina se deshacían entre sus brazos en los que todavía pendían algunas bellotas. Con su asombroso ramaje y fornido tronco ejercía su majestad en la finca de La Dehesa como uno de los árboles más singulares de España. Cuando llegué bajo su amparo le transmití los parabienes que para ella me había entregado antes de salir de mi tierra valenciana la Carrasca de Culla, otro gigante arbóreo del Maestrazgo, más joven que ella.

Confiesas sin rubor que naciste hace ochocientos años, poco después de la batalla de las Navas de Tolosa, comienzo de la pérdida musulmana de Al-Andalus. Pero eso fue el principio porque a tu sombra oíste hablar, cuando ya tenías dos siglos de existencia, de un desquiciado marino que había dicho que más allá de las Columnas de Hércules había otra tierra, un nuevo mundo. Y resultó que tenía razón y los Reyes Católicos lo nombraron Almirante de la Mar Océana.

Y siguieron ocurriendo cosas en la Tierra de las que tenías conocimiento por el parloteo de los pastores sentados bajo tu sombra. Pero tu seguías creciendo, soportando temporales en los que perdiste algunas de tus ramas principales y ofreciendo bellotas a los gorrinos que siempre han correteado por la dehesa, como aquel día, casi trescientos años después, que oíste ya no quedaban moriscos en España y que en muchos pueblos, sobre todo en mi tierra, faltaba mano de obra.

Tu sorpresa fue grande cuando escuchaste por primera vez una lengua extraña que no conocías. Luego supiste que era francés y temiste por tu existencia al escuchar el estruendo de la batalla de Arroyomolinos reñida no lejos de ti bajo el mando del General Hill. Afortunadamente los soldados de Napoleón fueron expulsados y seguiste en tu puesto, impertérrita, como un árbitro de la marcha del tiempo.

Y viste nacer el siglo XX, el siglo de las luces con sus avances tecnológicos. Bajo tus brazos comenzaron a tronzar unas máquinas que no eran arrastradas por caballos a las que llamaban tractores y escuchaste el bramido de unos pájaros de acero que pasaban volando por encima de tu copa. ¿Pero, qué era eso para ti? Ya nada puede asombrarte pues has sido testigo del paso del tiempo hasta entrar en este segundo milenio en el que tantas novedades están ocurriendo a tu alrededor. Pero, como todo ser vivo no eres insensible al deterioro natural y un hombre, fíjate, un valenciano como yo, Bernabé Moya, ha tenido que apuntalar con quince horcones o muletas de acero tus recios brazos para evitar que tu tronco se fragmente por estar muy debilitado y que sigas siendo objeto de admiración y puedas, cuando nosotros ya nos hayamos marchado, oir hablar de unos hombres que de verdad están en la Luna y que otros han llegado a Marte.

Y tu seguirás siendo motivo de admiración, como una de las Siete Maravillas de la Sierra de Montánchez y Tamuja, concitando desde Zarza de Montánchez, en torno tuyo, igual que ahora, a miles de visitantes que quieren conocer de cerca a esta reliquia del tiempo, como algunos te llaman.

VICENTA MAYOR GINER

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